Fui a una cata de vinos y me pusieron Don Simón

 

Cuando participo en una cata de vinos procuro abrir solo la boca para ingerir. En beneficio propio y ajeno. Desconozco las cajas de aromas que utilizan los sumilleres para identificar cada olor, así que las mantequillas, los humos, los frutos del bosque de Tallac y demás convenciones de la afición son, en mi ignorante nariz, lugares comunes que leo en etiquetas y revistas, pero que no me sirven para descifrar nada. Además, soy incapaz de describir una misma sensación de forma parecida dos veces consecutivas. Por eso no abro la boca en las catas: para no cagarla.

 

Normalmente hago esto.

 

Ni que decir tiene que siempre se me escapa alguna chorrada. En la última cata me aventuré a decir que el vino que acababa de tragar me recordaba a la maceración carbónica, porque lo notaba algo chispeante, y por supuesto que aquello ni era maceración carbónica ni chispeaba ni hostias. 

 

«¡Maceraciooooón…

 

…carbónicaniquéhostiaaaaas!»

 

Cuando eso sucede –que siempre pasa, porque nunca soy el único gañán en estos eventos– el carácter del conductor de la cata resulta fundamental. Puede amortiguar tu gambazo con un comentario amable delante del resto de la concurrencia, o puede corregirte con displicencia y ganarse tu odio eterno, que cuajarás al acabar con un insulto anónimo y ruin en su cuenta de Facebook rematado con el gif de una hez u otra iconografía hedionda. En mi última actuación mongola tuve suerte: el organizador era Sibaritastur, que pasó por alto la maceración de mi cerebro y siguió explicando una de las catas más entretenidas a las que he asistido. Y ricas, porque la mesa y el mantel los ponía Abrelatas, en Pola de Siero.

 

La espectacular pizarra del Abrelatas, para chatear y arruinar dioptrías a la vez.

 

Probamos, a ciegas, vinos sin caché oficial, es decir, sin denominación de origen o indicación geográfica protegida, y muchos sin ni siquiera embotellar, comercializados en tetrabrick, cajas y otros envases denostados. 

 

Un hombre denostando.

 

El objetivo, «mostrar que en el cajón de sastre de los vinos de mesa hay vinos de calidad, independientemente del envase», según Sibaritastur, quien funciona de modo independiente, sin cobrar de las bodegas, con afán didáctico y aplaudiendo solo lo que le gusta. Los vinos que probamos en la cata fueron los siguientes:

 

1. La Vividora. Tinto del Penedés, natural, sin aditivos ni sulfuroso, y sin D.O o IGP. Para mayor descaro, se comercializa en una bolsa divertida de dos litros con grifo, que corona un perro dándole al morapio. Mezcla uvas tintas y blancas como si no hubiera un mañana: lleva Xarel·lo, Chardonnay, Garnacha, Garnacha blanca, Gewürztraminer, Sumoll, Ull de Llebre, Cabernet Sauvignon y Merlot, ahí es nada. Los dos litros cuestan 12 euros. Me gustó mucho.

 

2. Don Simón. Tinto farandulero, el primero que se atrevió en España a venderse empaquetado, allá por 1980. No tiene especificadas las variedades de uva y aún así es «el vino español más vendido en el mundo», según reza su eslogan. El brick de un litro cuesta 1,45 euros, pero a mí la verdad es que no me dio más.

 

 

 

3. Monticu. Un rosado de León, Prieto Picudo, que comercializa en botella el propio Abrelatas a 1,5 euros la copa. Sencillo y fresco. De esos que te bajas la botella y no sabes qué leches ha pasado.

 

 

Monticu es el tercero empezando por la izquierda. O el primero en botella, si prefieres.

 

 

4. Mercenario: Un blanco de 2016, zona de Ribeiro pero cuyos productores no quieren incorporarse a ninguna D. O. Lleva un 60% de Treixadura, más otro 40% de Albariño, Caiño Blanco, Palomino y Torrontés. Se cría durante siete meses en ánforas de barro de 400 litros. Unos 13 euros la botella. Me encantó.

 

 

 

5. Vino Barrantes, gallego, al que allá le tienen mucho aprecio pero que no está considerado como vino por la Administración, sino como un híbrido, porque sus plantas son la mezcla de dos especies cruzadas adrede para crear una nueva vid más resistente a las enfermedades (aquí lo tienes bien explicado). El caso es que este Barrantes se vende en bag in box (o sea en bolsa en caja) de 5 litros por 12 euros. Y encierra una historia chula, porque países como Francia o Alemania están concediéndole categoría a estos no-vinos, mientras aquí seguimos negándosela. Saber, sabe a vino, eso sí.

 

 

6. A. Qua Negre. Mezcla de Cariñena (75%) y Garnacha (25%) de la D. O. Montsant, en una bolsa en caja de tres litros. Sus responsables buscan un vino barato y rico de diario. En 2010 lo recomendó nada menos que David Seijas, uno de los sumilleres de El Bulli. Cuesta unos 12 euros.

 

 

7. Valle del Río: un vino de parcela de escasa producción (701 botellas de 2017) de la zona del Bierzo pero también sin la cobertura de una denominación. Otro exiliado. Cuesta unos 23 euros, si lo encuentras, y lo produce la bodega Casa Aurora en el valle de Boeza, donde mezcla Garnacha tintorera (60%), Garnacha (10%), Mencía (10%), Palomino (17%) y Godello. Es un dandy que tiene toda la vida por delante.

 

 

De bola extra, Borja Alcázar, o sea el cocinero de Abrelatas, nos dio a probar este Señorío de Ibias de la bodega homónima, la última que se incorporó a la Denominación de Origen de Cangas. Monovarietal de Albarín Blanco autóctono. Probadlo. Menuda acidez. Ñam.

 

 

En el menú posterior a la cata desfilaron estos platos de la carta:

 

  • Cecina de vaca Asturiana de los Valles de Sariegu.
  • Ensalada de cogote de bonito del norte con queso a la plancha y chips.
  • La mejor hamburguesa de Asturias (según los más afamados foddies).
  • Crema de quesu del duernu de Sariegu y frutos rojos naturales.

 

Todo costó 38 euros por persona.

 

El postre, pretty in pink.

 

Flipé mucho con la cecina, con la hamburguesa y con este vinagre que no conocía.

 

Cosa fina.

 

Ahora tenéis que adivinar en qué copa me sirvieron el blanco gallego, que fue el que más me gustó (y que, como buen morroputa, era de los más caros).

 

Mmmm…

¿Lo has adivinado? ¿Sí? ¿En serio, really? Pues ya eres casi tan mongol como yo. Así que si me ves en una cata, ten el detalle de hacerme un guiño.

 

 

Arf.

 

 

 

 

P.D: Ni que decir tiene que los detalles de cada vino me los ha facilitado Sibaritastur, que ha tenido a bien ilustrarme con amabilidad y sapiencia.

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