La nueva Thermomix, llamada TM6, cuesta 1.259 euros. Entre sus mejoras incluye al acceso desde la propia máquina a 40.000 recetas a través de una base de datos de pago, la posibilidad de cocinar a alta y baja temperatura, la fermentación para yogures y otras podredumbres naturales, y un calibrado del pesaje más delicado –gramo a gramo–. Más las 12 funciones habituales que refiere su publicidad y que en teoría sustituyen al resto de robots de cocina que puedas comprar. Aquí tienes una revisión del aparato, y aquí otra, por si quieres indagar a fondo. Básicamente, a todo el mundo le flipa.
Y sin embargo, frente a ese entusiasmo general en los medios, uno de los debates gastronómicos más recurrentes en España durante los últimos años ha sido si la Thermomix merece la pena como aparato doméstico. Una pregunta bastante absurda, pues solo tiene una respuesta: Depende. ¿Merece la pena comprarte una furgoneta Volkswagen California? Pues depende. Si tienes una melena quemada por el salitre y te huelen las ingles a neopreno, probablemente sí. Si entiendes por excursión acercarte el sábado al Lidl a comprar chocolate de etiquetas doradas, vino australiano barato y salsas Vitasia, pues probablemente no. ¿Merece la pena gastarte 1.259 euros en un iPhone o en un pinche electrónico de cocina? Si ganas 700 euros al mes, allá tú, calandraca.
Si tu salario es mayor, puedes encontrarte en uno de estos dos supuestos:
a) Que seas cocinillas aficionada/o, en cuyo caso no te digo nada sobre la conveniencia de adquirir la TM6 porque ya tendrás una opinión catedrática al respecto.
b) Que no seas cocinillas, en cuyo caso te encuentras ante estos otros dos supuestos:
Supuesto 1. Que 1.259 euros, contando que la Thermomix te dure cinco años, te parezca un chollo. Ese dinero equivale a 250 euros anuales, o 21 euros al mes, que es una cifra perfectamente comparable al gasto medio en telecomida en cualquier casa posmoderna: pizzas, cosas chinas, cosas japonesas, cosas de kebap y demás alimentos que encargas por teléfono o internet para disfrutar a medio reclinarte. En España, durante 2018 realizamos 67 millones de encargos de comida a domicilio (sin contar la que pasamos a recoger). Si durante cinco años renuncias a 20 pavos mensuales de lo que gastas en comandas transportadas, te puedes pagar una TM6. Comerás rico y además podrás cocinarte casi todo lo que suprimas con no muchos ingredientes, sin perder apenas tiempo y con un esfuerzo mínimo. Porque la Thermomix hace las masas de pizza, la carne de hamburguesa, el ketchup y muchas cosas chinas (insisto en este punto porque, según el informe anual de Just Eat, las chinadas es lo que más pedimos). Tendrás que ir al supermercado y luego arrojar ingredientes a un cazo de metal, cierto, pero a cambio diversificarás y sofisticarás tu dieta con solo apretar un botón y sin necesitar ni la más mínima noción de cocina.
Si piensas que una comida a domicilio sale un 30% más caro que una comida organizada, la Thermomix gana enteros. Y si además comes en el trabajo, el ahorro se multiplica, pues si ahora gastas el 10% de tu sueldo en el manducu laboral, podrás mejorarlo y abaratarlo.
Supuesto 2. Pero también puede suceder que 1.259 euros, aun contando que la Thermomix te dure un lustro, te resulte una majadería de gasto. Son 1.259 euros para comprarte la máquina de gazpachos más cara de la historia. Porque si vas a usar la Thermomix para hacer sopas, cremas y helados, es una compra demencial, equivalente a 839 litros tetrabricks de gazpacho industrial (a 1,5 euros de precio por litro).
Isabel González Turmo cuenta en su estupendo Cocinar era una práctica. Transformación digital y cocina (Trea, 2019) que el robot es el artefacto preferido entre quienes hacen la comida en casa. Y lógicamente, la Thermomix es la reina de los robots. De hecho, por alguna extraña razón en España hemos feminizado su nombre, que el fabricante, Vorwerk, denomina en masculino. Quizá lo hemos transgenerado por cariño; o por machismo; o quizá porque sus comerciales son mayoritariamente mujeres que la promocionan en reuniones Avon hablando de ella como una amiga, una compañera, una asistenta.
A pesar de su éxito, solo el 23% de quienes atesoran una Thermomix la usan a diario, según los participantes en el sondeo y las entrevistas realizadas por esta antropóloga. Y además utilizan una porción pequeña de sus funciones: «Sobre todo para triturar y batir, pero rara vez cocinan con el cesto o la varoma (el cachivache para el vapor), ni hacen su repertorio de recetas».
Pero la queremos, la deseamos. Somos el tercer país donde más aparatos vende Vorwerk después de Alemania y Francia. Y tenemos hasta una pequeña Camelot: Cádiz fue el segundo lugar del mundo con más Thermomix por hogar en 2016. «Precisamente Cádiz, que ese mismo año tuvo una tasa de paro del 32% y el poder adquisitivo más bajo de España y por ende casi de Europa», apunta González Turmo con la cabeza a punto de estallarle. Dos años después, el porcentaje ya alcanzaba el 25% de las casas gaditanas, el doble que la media española (12%), una actualización que hizo que la Thacita de Platax alcanzase el pódium mundial.
Así reflexiona González Turmo sobre la fiebre meridional por este chisme de precio aspiracional:
«Es curioso que en el norte de España, donde el nivel adquisitivo es mayor, se venda menos. Pero ni los gazpachos ni las cremas ni los helados, que es lo que mayormente dicen hacer con la Thermomix, son el día a día de las mesas gaditanas. O la renta no es tan baja como las estadísticas muestran o la forma de venta de este robot, a través de reuniones en casas y con un porcentaje para la vendedora, es parte de la clave del éxito. No importa si se usa poco, lo importante es ayudar a la cuñada o quedar bien con la vecina, que además lo necesita. La tecnología puede entrar en la cocina por razones que poco tienen que ver con la utilidad que proyectaron los cientos de ingenieros que han ido perfeccionando su funcionamiento».
La conclusión de la antropóloga es la misma que resume nuestra sociedad del hiperconsumo, donde la oferta nos desborda y nos fascina a la vez. Compramos demasiado, por el placer de comprar a menudo, sin muchas veces tener tiempo siquiera de disfrutar lo comprado en toda su dimensión, o acaso de entenderlo (¿cuándo fue la última vez que te leíste todas las instrucciones de un electrodoméstico? ¿Has pensado alguna vez todo lo que en realidad podrías hacer con un iPhone?). Compramos, muchas veces, por encima de nuestras posibilidades de dinero y de tiempo, y albergando demasiadas expectativas sobre nosotros mismos. Porque como consumidores no calibramos con sinceridad nuestra pereza (un ejercicio necesario, donde creo que reside buena parte de la felicidad), como tampoco valoramos las cosas solo por su funcionalidad original: decidimos el consumo según otros parámetros psicológicos y sociales difíciles de dilucidar, pero interesantes de analizar sin duda. La Thermomix es uno de esos fenómenos que pide una investigación a fondo ya, pues esconde nuestros afanes, contradicciones, entusiasmos y aburrimientos. Y refleja lo que somos en Cádiz o en Singapur.
Yo, si me regalan una TM6, estoy dispuesto a iniciar esa investigación. Y hasta a publicar un libro.
O incluso a llamar a vuestra puerta para contaros la conclusión.