En el segundo programa de Les Fartures en RTPA con nuestra Opinión de mierda hablamos del pan chungo. Es decir, hablamos de:
—Las barras de supermercado plastificadas que, al cogerlas, ya se doblan dentro de la bolsa.
—Las presuntas hogazas rebozadas en harina que te dejan el jersey y la encimera hecha un cristo.
—Los «panes industriales de masa madre», que es como decir «lubina salvaje de piscifactoría» o «pastilla de caldo de pollo de corral», o sea un oxímoron o tomadura de pelo.
—El pan de molde artesano sin corteza, bajo en azúcar, con minerales, semillas, vitamina fólica y espolvoreado con viagra para que te dé energía.
—Las presuntas chapatas que tienen la corteza tan dura como la miga.
Todo eso, caca.
Pero también detestamos:
—Las hogazas rústicas a seis pavos que, si las vendiesen en el pueblo, los encorrerían a gorrazos.
—Las panaderías que se llaman «Bakery», y que por tanto, beiquerean.
—Lo pijo expresado en el precio, porque mira qué pan taaaan cuqui. Foto, filtro y a Instagram: #meencantaelpan #soygastromonguer.
En el programa os contamos que las panaderías de verdad huelen bien, a fermentación rica. Aromatizan la calle entera.
En las buenas panaderías, sus mejores piezas se acaban a mitad de mañana. Si llegas a la una de la tarde, ya no quedan. Las panaderías antiguas, hasta conservan los espejos encima del estante para que veas las barras y decidas si las quieres poco cocidas o bien tostadas.
El pan bueno, además, aguanta media semana envuelto en un paño o descansando en la panera (¿qué ha sido de este mueble, al que le cantaban Pata Negra en El blues de los niños?). Y cuando el pan se queda duro, lo tuestas. O lo rayas, o lo laminas y lo guardas en un tarro para, cuando prepares sopas de ajo, inundarlas con deliciosos pecios.
El pan bueno mejora los días, porque lo comes a diario. Esto os contamos en nuestra Opinión de mierda, sección que podéis escuchar al final del programa (pero escuchadlo entero, no seais cagaprisas).
Todo, en realidad, se resume en esta cita de Ibán Yarza:
Si uno mira las estadísticas de consumo de pan, enseguida descubre que apenas lo comemos, tal vez porque, por suerte, tenemos muchas otras cosas con las que alimentarnos. El pan, curiosamente, ha dejado de ser el pan nuestro de cada día. Sin opinar si esto es bueno o malo, sí que me entristece pensar que de alguna manera hemos perdido el aprecio y el respeto por el pan. No hay más que ver los simulacros con los que transigimos en la cesta de la compra.
La reflexión aparece en el primero de los tres libros que os recomiendo en el programa:
—Pan Casero, y también Pan de Pueblo, ambos de Ibán Yarza.
—Hecho a mano, de Dan Lepard.
Son libros para aprender a cocinar pan, la sabiduría culinaria más antigua a la que os podéis sumar con vuestros propios errores y aciertos. Pero también son libros para pensar por qué algo tan simple como harina, agua, levadura y sal nos puede conceder tanta felicidad.
(Os recuerdo que vamos a sortear un ejemplar de La puta gastronomía entre quienes ya estáis compartiendo en redes vuestras manías y odios gastronómicos, bajo las etiquetas #odioremartini u #odioaremartini. Quien gane vendrá al programa a explicar su odio con nosotros).