¿Restaurantes «gastronómicos»?
Mal.
¿Tiendas «gourmet»?
Mal.
Atribuirle el adjetivo «gastronómico» a un restaurante es una obviedad, una perogrullada. Todos los restaurantes son gastronómicos, hasta el más infame.
Llamar a una tienda «gourmet» parece adecuado, pero solo portan dicho cartel las que venden productos exclusivos y están iluminadas con lámparas de filamento. Ya sabéis a qué me refiero.
Sin embargo, todos los puestos del Mercado de El Fontán son gourmet, por ejemplo. Y las verdulerías ecológicas. Y las buenas carnicerías y pescaderías de barrio. Y las tiendas de ultramarinos. Y ni te cuento las panaderías de verdad.
Y ojo, que los establecimientos que cuestiono se encuentran entre mis lugares favoritos del mundo. Pero están bautizados incorrectamente. En todo caso, deberían llamarse «restaurantes gourmet» (si aplican talento a productos deliciosos) y «tiendas gastronómicas» (para diferenciarse de las que comercializan ropa interior, muebles escandinavos o carcasas de Oriente para teléfonos).
De todas estas chorradas fundamentales hablamos en el cuarto #odioremartini del programa de Les Fartures en RTPA. Es decir, de cómo el lenguaje abrillanta o enfanga la consideración social de la alimentación.
El debate se enmarca en una pelea más amplia: tenemos que recuperar la palabra «gastronomía». La han secuestrado precisamente quienes quieren convertirla en un sinónimo de «gourmet».
Sé que suena raro. Pero mira, te lo cuento con una analogía:
La gastronomía es Helena de Troya.
Así que, para rescatarla, tenemos que construir un asno de madera gigante y escondernos el pueblo entero dentro, introducirlo de tapadillo en el palacio del emperador desnudo y salir de noche con antorchas y fesorias para explicarles cuatro cosas a los que estiran el meñique y se atusan el bigote antes de comer y dicen parmentier en lugar de puré, como si su gusto exquisito procediera de haber nacido en las entrañas de un cruasán recién horneado en París por el chef de Luis XVI.
Paris secuestró a Helena. Y por culpa de París sufrimos la tiranía de las estrellas Michelin. Es decir, la concepción de la gastronomía como una sabiduría reducida a los restaurantes tutiplén y a los vinos recónditos que solo pueden pagar determinados salarios. El día que los franceses se atildaron con el chauvinismo de su cocina, nos amargaron la digestión a los pobres de abajo.
París, mal.
Helena, bien.
La han raptado porque está muy buena.
La gastronomía engloba muchos más ámbitos que la tecnococina, los cocineros artistas y los vinos-que-cuentan-una-historia. Además, la gastronomía es nuestra, de los jamelgos y jamelgas embridados a esta maldita economía neoliberal, de quienes trabajamos como mulas, de los que nos sentimos burros entre sueldos de mierda y entre mierdas de emprendimiento, de los palafreneros de los CEOs. De quienes vivimos anclados a la tierra, propiciando sus latidos, en lugar de latifundiéndola. La gastronomía no es un teatro para quienes se consideran equinos de raza pura, aunque su sangre sea burdégana. La gastronomía pertenece a todos los burros y burras del planeta.
Por cierto, siempre que la aristocracia ha intentado reproducirse únicamente entre pares, sin contaminarse con bestias de cuadra, ha acabado pariendo mongolos. Porque su sangre, en origen, es bastarda. Como todas.
Pero me estoy calentando, y además, me estoy enredando por las ramas de las genealogías pijas.
El primer paso para recuperar la gastronomía obliga a que, si te gusta comer y beber, te consideres un gourmet. Te miras al espejo y dices en voz alta tres veces «Soy un gourmet», «soy un gourmet», «soy un gourmet». Luego, emperejilado con tamaño adjetivo, te paseas por barras, mesas, mercados y fiestas de prao mientras con las orejas y el rabo avientas las moscas.
Si no entiendes de qué te hablo, escucha el programa. Porque también repasamos las diferencias entre un sibarita, un gourmet, un gourmand, un picofino, un morroputa, un fartón, un gastrónomo y un foodie.
—«¿Cómo se traduce foodie en español?» Escucha el programa.
—«¿Puedo llamarme gastronómico en lugar de gourmet?» Escucha el programa.
—«¿Follaré más haciendo todas estas cosas?» Escucha el programa.
En la radio menciono a Jean Anthelme Brillat-Savarin, autor de Fisiología del gusto, una biblia para quienes amamos los cubiertos. En 1825, el brillante Savarin definió la gastronomía como «el conocimiento razonado de todo lo que tiene relación con la alimentación». En el programa desarrollamos dicha definición entre risas.
También leo esta preciosa cita:
«Un buen día hizo acto de presencia [entre las ciencias] la gastronomía, y todas sus hermanas se apretaron para hacerle sitio. ¿Qué se le puede rechazar a quien nos sostiene desde la cuna hasta la tumba, que incrementa para nosotros las delicias del amor y la confianza de la amistad, que desarma el odio, facilita los negocios y nos ofrece, en el corto trayecto de la vida, el único placer que, no estando seguido por la fatiga, nos regala el descanso de todos los otros».
Y al final leo una cita más preciosa aún de Manuel Vázquez Montalbán. Concretamente, el primer párrafo de Contra los gourmets. Pero no la transcribo aquí para que… en efecto: ¡escuches el programa!
Como siempre, te dejo algunos enlaces para que ahondes en el tema si te interesa:
—El fenómeno “foodie” y el marketing de influencers.
—Aclarando terminologías: Sibarita, Gourmet, Gourmand.
No sé si te lo había dicho, pero tienes el programa aquí, pedazo de burra.