Hoy, tomando el café matinal, he visto en Twitter a alguien protestando porque le habían servido un trozo de Gamonéu en un chigre con una banderita plantada encima que ponía “Gamonedo”.
Me he preguntado quién sería el alpinista que, después de tamaño esfuerzo, había celebrado la conquista del Aconcahua como si no hubiese terminado el parvulario.
Llamar Gamonedo al Gamonéu no es una cuestión de corrección lingüística. Ni de oficialidad legislativa.
Como sucede en el mentiroso ensayo La batalla por el vino y el amor, de Alice Feiring, quienes enfrentan así el debate no pelean por el amor, sino únicamente por el vino. Por eso, el subtítulo de ese libro encierra su verdadero título: Cómo salvé al mundo de la parkerización. Feiring detesta a Robert Parker. El Gamonedo detesta a la Llingua. Pero en ambas disputas, el afecto, verdadera aspiración de la vida, actúa como excusa. Se queda fuera del diálogo.
Por eso yerran.
Reinvidicar la palabra Gamonéu no es un batalla por el lenguaje, es una batalla por la comida. Es decir, por el placer.
Supón que te enamoras de una alemana que se llama Anke. ¿Le exigirías responder por Inés cuando le hablases?
Y si te acostaras con Neus, esa catalana tan maja, ¿le llevarías el desayuno a la cama con un zumo y una tostada y una banderita que dijera “Creo que esta noche, después de esos tres minutos que me han parecido un mundo, me he enamorado de ti, Nieves”?
¿Lo harías, pedazo de Aconcahua?
Ahora, imagina que Franco hubiese obligado a traducir completamente al castellano monovarietal el éxito más popular de Juan y Junior, la canción Anduriña:
En Galicia un día yo escuché
Una vieja historia en un café.
Era de una niña que del pueblo se escapó
Golondrina joven que voló.
Prueba a gritar el estribillo con “Golondrina” en lugar de “Anduriña”. No aguantas una estrofa sin reír (más todavía que con la versión de Martes y Trece).
En el quinto #odioremartini de Les Fartures en RTPA me enajené un poco odiando los “rapitos”. He vuelto a escuchar los últimos 18 minutos del programa y parezco un San Juan Bautista de la Llingua —yo, que soy aragonés, aunque con pasaporte duplicado—. Pero estaba hablando de comida, lo cual disculpa que casi reventase el micrófono y le volase la gorra a la rana Gustavo Castañón con la soflama que solté en defensa del pixín.
Aunque tú, por lo que sea, no creas en la Llingua, porque no sé qué del bable y porque si las subvenciones y porque si hay problemas más importantes y porque si en tu pueblo nunca se ha dicho esbillar y porque si España Unida no se nos vaya a descuajeringar; aunque seas un golondrino en lugar de un anduriña y a tus amantes las rebautices con nombres sacados de la lista de los reyes godos, si en el fondo quieres a Asturias, este debate te incumbe.
Y ojo, no digo que admitas mi punto de vista.
Solo quiero que, después de escucharme, te postres a mis pies como un Ludovico arrepentido y te persignes ante mi ateísmo lingüístico.
Porque en esta pelea por el amor a la comida, por cómo llamamos al placer, tengo indiscutiblemente razón.
Estoy tan convencido, que hoy no voy a resumir aquí el contenido de mi odio. Hoy sí que tienes que escucharlo.
Hablo de Henston Blumenthal, de Pepe Iglesias, del restaurante Ventura de Cangas de Onís, del Rompeolas de Tazones y, por supuesto, de ese fabuloso pez que en Asturias se llama pixín y en otros lares, rape. Aunque la primera acepción para el animal que reconoce la RAE sea pejesapo. La historia del pixín es la historia de un desprecio, que ilustra el pejesapo y que perdura en los puñeteros “rapitos”, tan hilados al lenguaje cuqui de las “braguitas” como al paletismo que arrastramos, adoptando cualquier neologismo pero pateando nuestros diccionarios.
Eso sí, te dejo algunas de las cosas que consulté para el programa.
Estos libros:
—Gastrofísica. La nueva ciencia de la cocina, de Charles Spence.
—El ramillete del ama de casa, de Nieves.
—Platos típicos de Asturias, de María Luisa García.
Y estos artículos:
—Las huellas del lenguaje en la gastronomía.
—Una experiencia educativa: enseñando lengua y literatura a través de la gastronomía intercultural.
—Rape: análisis sensorial comparativo.
Si has llegado hasta aquí, es el momento de escuchar el programa, porque además salen antes Bodegas Vidas y Javi Solís. No obstante, como agradecimiento por leer este no post entero, te transcribo el poema con el que despedí mi soflama, sacado del mencionado libro de María Luisa García:
¿Y el pescado? Como estamos
aquí a la llengua del agua,
lu tenemos a porrillu,
frescu como el sol del alba.
Acá hay salmón como cuchu,
en Ribadesella y Pravia,
que sangra de puru frescu
pe la boca y pe la gaya.
Hay pescades como borra,
xardón de taca retaca,
congrios a trompa talega,
besugos a farta farta,
meros a tente bonete,
aguyes a bati barra,
morenes a zurriburri,
sardina a vela y dexala,
les mielgues a balagares,
caxón y xardes sin tasa,
les rayes a goxa llena,
barbos a pala cargada,
y otru sin fin de pescadu
que non sé cómo se llama.
Ni que decir tiene que he tenido que desactivar el corrector automático para escribir esta preciosidad.
Haced lo propio con el de vuestra cabeza.