The Chef Show, la serie del actor Jon Favreau sobre su película Chef, concluye su primera temporada con un capítulo doble sobre la barbacoa. Nada especial, pues Estados Unidos está felizmente obsesionado con las barbacoas y es, probablemente, el país donde más vueltas se le da al asunto, por mucho que esta afirmación escueza a los argentinos, que tienen por la brasa su seña de identidad –en todos los sentidos, el de darla y el de avivarla–.
La citada serie de Netflix es un poco sosa, pues se dedica a reproducir las recetas de la película con más pretensión de convertirla en mito que de entretener simplemente, y tiene en su cierre su mejor momento a cuenta de una conversación sobre los food trucks. Algunas de las últimas series gastronómicas de Netflix, como The Chef Show, Ugly Delicious o Sal, Grasa, Ácido, Calor, intentan introducir reflexiones sobre la comida y la bebida que den profundidad a lo que en apariencia son programas de recetas, viajes y restaurantes, pero no siempre consiguen conversaciones atinadas o argumentaciones interesantes. En The Chef Show son todas bastante insustanciales, la verdad –aunque, a cambio, revele el amor de Favreau por la cocina, su admiración infantil por los chefs y su propia humildad ante los fogones, lo cual mola; siempre mola descubrir a un igual, aunque sea a través de una pantalla.
A pesar de su tibieza, el penúltimo capítulo de The Chef Show deja una perla gastronómica, cuando comiendo unos tacos en Austin los protagonistas de la serie, Favreau y el cocinero coreano Roy Choi, empiezan a darle vueltas al atractivo de los remolques, furgonetas y camionetas de comida; o sea, al elemento principal de Chef (cuyo argumento relata la redención de un cocinero de élite desde la llama sencilla). El judío y el coreano están compartiendo mesa y charla con el también cocinero Aaron Franklin, que hace de actor en la peli, cuando Favreau concluye que el principal atractivo de los food trucks es precisamente la cola: «La experiencia de esperar y centrarte en el placer de que vas a comer una buena comida, por la que mucha gente está esperando». Los prolegómenos, el ansia, la imaginación, que multiplican la saliva y con ella tu satisfacción. El aroma que te va ocupando, la carne que asoma, todos esos flashes que encienden tu cerebro y lo excitan, borboteando placeres delante de tus narices. O ese momento justo en el que la concha de la ostra toca tu labio inferior, medio segundo antes de volcarla en tu boca.
La comida, en efecto, nos enseña a tener paciencia para saber luego perderla.
Pero la cola también es el agrupamiento, el corro, el roce, estar junto a gente y sentir su pálpito aunque no dejemos de mirar el móvil. «Somos seres comunitarios, cogemos la energía de los demás», subraya Favreau, comparando esa comunión de la paciencia frente al food truck con la congregación para un concierto, o con la espera para el estreno de un capítulo de Star Wars, o con otro paganismo colectivo de los que fomentan la filantropía aun sin darnos cuenta.
Hace una semana estaba en el festival de la cerveza artesana de Zaragoza, o el Zaragoza Beer Festival, organizado por Gastroaragón en la antigua fábrica de Ámbar, cuando me dirigí hambriento junto a mi amigo Edu a comprar algo en una de las abundantes camionetas fragantes reunidas para alimentar el evento. Todas tenían unas colas considerables, excepto una, donde nadie aguardaba. Nos acercamos con curiosidad, pobre Calimero. Ofrecía hamburguesas de longaniza con setas y tres tipos de perritos calientes, uno con chile. No mostraba fotos ni carteles chic, ni tampoco historiaba demasiado los dos modelos de bocadillo, según vi en los que tenía expuestos de muestra. Así que, no encontrando ningún otro argumento para despreciar su propuesta más allá de una decidida ausencia de «cuquismo» en su puesta en escena, decidimos pedir hamburguesas y perritos. A los pocos minutos, mientras esperábamos la comanda y para nuestra sorpresa, ya se había formado una cola a nuestras espaldas de gente que husmeaba las setas y el picante. Porque en la cola, además de hienas hambrientas, también somos manada. De la buena.